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Edificio Libertador, Caracas, foto reciente.
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Ahora que estamos de vacaciones y en países de
cuatro estaciones lo llaman "el verano", es propicia la ocasión para recordar cómo
eran aquellos días libres por allá en los años 70´s, época de la niñez de muchos
de nosotros y para quienes son más jóvenes, pues que sirva de entretenimiento
este relato.
Como ya supondrán sobre estas líneas me acerco
a mi sexta década, mucho dista el concepto que tenemos hoy en día de un viaje a
la playa de lo que se vivía en aquellos años dorados de mi infancia. Yo vivía
en el edificio Libertador, pegado de la avenida que lleva el mismo nombre, una
construcción destinada al alquiler de viviendas, casi todas llenas de migrantes
europeos, a excepción de los chinos del segundo piso, los dueños del
restaurante ubicado a un lado del Cine París, hoy conocido como Teatro LaCampiña.
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Cine París, luego Teatro La Campiña, hoy casi en ruinas.
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En aquel entonces las finanzas de la casa no
estaban en su mejor momento de holgura, mis padres tenían pocos años de llegar
a esta tierra de gracia y vivíamos con lo que teníamos, claro que esto no hacía
meya a la hora de inventar una salida de la rutina. Fuera de los paseos a la
plaza Bolívar, el Parque del Este y salir a recibir lluvias de caramelos en
carnavales lanzados desde las carrozas, por la avenida Libertador circulaban
unos autobuses de la marca Mercedes-Benz que en su letrero frontal decían “Macuto”,
esa era la ruta tan esperada al saber que llegaban las vacaciones escolares en
Agosto.
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Emblemático autobus Mercedes-Benz, foto reciente, aún circulan en Caracas.
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Mi madre Maruja, la vecina de al lado, la
señora Asun y alguna otra amiga española, organizaban el viaje, todo se
centraba en el menú de la playa, quien lleva los refrescos, el agua, los
bronceadores y por supuesto las típicas tortillas españolas. Recuerdo como si
hubiese sido ayer un día que se les ocurrió hacer una competencia de tortillas,
apostando a cuál de ellas hacia la mejor y usando como jurado a sus hijos
(nosotros).
Al salir del edificio ya teníamos frente a
nosotros la parada del autobús, allí esperábamos pacientemente con los bolsos,
termos, tablas de anime y demás accesorios playeros. Aquellos autobuses tenían
un palanquín o brazo mecánico, que al subir llevaba la cuenta de los pasajeros
que subían y antes de pasar por el había que darle al chofer las monedas. Las
monedas no eran para completar un vuelto, en aquella época eran el dinero,
tenían gran poder adquisitivo y tener billetes en la cartera era cosa de otro
nivel económico.
El tránsito hasta La Guaira transcurría de
forma amena, charlando, los niños jugando y todos en el autobús escuchando una “salsa”
según el gusto musical del conductor, quien los finas de semana y en épocas
especiales llevaba un asistente o colector.
Ya circulando por la avenida principal o
costanera de La Guaira, comenzaban las paradas del autobús, había varias playas
en la ruta, con diferentes precios para el alquiler de toldos, sillas y algunas
como Playa Grande que cobraban la entrada. Nosotros nos bajamos en Playa Lido,
una especie de gran bañera o piscina elaborada en concreto y la excusa era que
allí no había olas ni peligros para los niños.
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Playa Grande, Litoral Central, Venezuela.
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Sobre estas líneas no puedo dejar de pensar en
lo exigentes que nos hemos vuelto, hoy en día hay personas que “necesitan”
tener un apartamento en la playa, luego que lo tienen no se bañan en el mar, lo
hacen en la piscina del edificio y otros después de tres o cuatro viajes no
regresan más hasta venderlo. Están también los que requieren una camioneta 4x4
para poder acercarse a las playas, con potente aire acondicionado, cavas
eléctricas, artículos de camping de la marca Coleman y hasta una lancha, para
pasear sin mucho.
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Marina deportiva de Caraballeda, al fondo el "esqueleto" o lo que queda del que se llamaba Hotel Macuto Sheraton.
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Aquel día de playa fue memorable para nosotros
en Playa Lido, al mediodía llegó la tan esperada competencia de tortillas, por
supuesto cada niño votó por la tortilla de su madre jajaja, lo cual es lógico,
el amor entra por la boca desde el primer día de nuestras vidas cuando nos dan
de lactar y continúa presente en la mesa de ese ser maravilloso que nos trajo
al mundo. El resultado fue un empate, declarado en consenso de todos los
presentes y bajo la mirada curiosa de las personas en los toldos cercanos, ese
día comimos hasta reventar, tanto que hasta dormimos algunos instantes en las
sillas de extensión.
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Playa Lido.
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Y llegó el momento del regreso, una serie de
fuertes sonidos de corneta anunciaban la llegada del autobús, el que no se
montaba o se alojaba en un hotel o pagaba un taxi para subir a Caracas, ya que
ellos circulaban hasta cierta hora del día. No sé si habían duchas, cambiadores
o algo parecido, no los recuerdo, solamente me llega la imagen de mi madre vaciándome
una vasija con agua del mar encima para quitarme la arena, acto seguido
secarme, vestirme y coger las cosas para tomar el autobús. Al llegar al
apartamento, cansado, caliente por el tiempo de exposición al sol y con sueño
fui obligado a meterme en la ducha, la cual, a pesar de que me dijeron que
estaba con agua caliente, yo la sentía helada y la gran sorpresa fue quitarme
el traje de baño, nunca imagine que en su interior pudiera caber tanta cantidad
de arena, al menos un kilo de arena deje en el piso de la ducha.
Hoy en día las cosas han cambiado mucho, muchos
van a su apartamento o casa de playa, otros pagan un hotel y los más sencillos
van con aire acondicionado en sus carros particulares, hay una generación que
no sabe lo que es “bajar en autobús para la playa”. Aún observo algunos
colectivos cuando paso frente a las playas y siempre me llega el recuerdo de
aquellos días felices con mi madre y los vecinos.
¿Cómo fueron tus primeros viajes a la playa?
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