sábado, 20 de agosto de 2022

De Caracas a Macuto: así fueron mis primeros viajes a la playa.

 

Edificio Libertador, Caracas, foto reciente.

Ahora que estamos de vacaciones y en países de cuatro estaciones lo llaman "el verano", es propicia la ocasión para recordar cómo eran aquellos días libres por allá en los años 70´s, época de la niñez de muchos de nosotros y para quienes son más jóvenes, pues que sirva de entretenimiento este relato.

Como ya supondrán sobre estas líneas me acerco a mi sexta década, mucho dista el concepto que tenemos hoy en día de un viaje a la playa de lo que se vivía en aquellos años dorados de mi infancia. Yo vivía en el edificio Libertador, pegado de la avenida que lleva el mismo nombre, una construcción destinada al alquiler de viviendas, casi todas llenas de migrantes europeos, a excepción de los chinos del segundo piso, los dueños del restaurante ubicado a un lado del Cine París, hoy conocido como Teatro LaCampiña.

 

Cine París, luego Teatro La Campiña, hoy casi en ruinas.

En aquel entonces las finanzas de la casa no estaban en su mejor momento de holgura, mis padres tenían pocos años de llegar a esta tierra de gracia y vivíamos con lo que teníamos, claro que esto no hacía meya a la hora de inventar una salida de la rutina. Fuera de los paseos a la plaza Bolívar, el Parque del Este y salir a recibir lluvias de caramelos en carnavales lanzados desde las carrozas, por la avenida Libertador circulaban unos autobuses de la marca Mercedes-Benz que en su letrero frontal decían “Macuto”, esa era la ruta tan esperada al saber que llegaban las vacaciones escolares en Agosto.

Emblemático autobus Mercedes-Benz, foto reciente, aún circulan en Caracas.

 

Mi madre Maruja, la vecina de al lado, la señora Asun y alguna otra amiga española, organizaban el viaje, todo se centraba en el menú de la playa, quien lleva los refrescos, el agua, los bronceadores y por supuesto las típicas tortillas españolas. Recuerdo como si hubiese sido ayer un día que se les ocurrió hacer una competencia de tortillas, apostando a cuál de ellas hacia la mejor y usando como jurado a sus hijos (nosotros).

Al salir del edificio ya teníamos frente a nosotros la parada del autobús, allí esperábamos pacientemente con los bolsos, termos, tablas de anime y demás accesorios playeros. Aquellos autobuses tenían un palanquín o brazo mecánico, que al subir llevaba la cuenta de los pasajeros que subían y antes de pasar por el había que darle al chofer las monedas. Las monedas no eran para completar un vuelto, en aquella época eran el dinero, tenían gran poder adquisitivo y tener billetes en la cartera era cosa de otro nivel económico.

El tránsito hasta La Guaira transcurría de forma amena, charlando, los niños jugando y todos en el autobús escuchando una “salsa” según el gusto musical del conductor, quien los finas de semana y en épocas especiales llevaba un asistente o colector.

Ya circulando por la avenida principal o costanera de La Guaira, comenzaban las paradas del autobús, había varias playas en la ruta, con diferentes precios para el alquiler de toldos, sillas y algunas como Playa Grande que cobraban la entrada. Nosotros nos bajamos en Playa Lido, una especie de gran bañera o piscina elaborada en concreto y la excusa era que allí no había olas ni peligros para los niños.

Playa Grande, Litoral Central, Venezuela.

 

Sobre estas líneas no puedo dejar de pensar en lo exigentes que nos hemos vuelto, hoy en día hay personas que “necesitan” tener un apartamento en la playa, luego que lo tienen no se bañan en el mar, lo hacen en la piscina del edificio y otros después de tres o cuatro viajes no regresan más hasta venderlo. Están también los que requieren una camioneta 4x4 para poder acercarse a las playas, con potente aire acondicionado, cavas eléctricas, artículos de camping de la marca Coleman y hasta una lancha, para pasear sin mucho.

Marina deportiva de Caraballeda, al fondo el "esqueleto" o lo que queda del que se llamaba Hotel Macuto Sheraton.

 

Aquel día de playa fue memorable para nosotros en Playa Lido, al mediodía llegó la tan esperada competencia de tortillas, por supuesto cada niño votó por la tortilla de su madre jajaja, lo cual es lógico, el amor entra por la boca desde el primer día de nuestras vidas cuando nos dan de lactar y continúa presente en la mesa de ese ser maravilloso que nos trajo al mundo. El resultado fue un empate, declarado en consenso de todos los presentes y bajo la mirada curiosa de las personas en los toldos cercanos, ese día comimos hasta reventar, tanto que hasta dormimos algunos instantes en las sillas de extensión.

Playa Lido.

 

Y llegó el momento del regreso, una serie de fuertes sonidos de corneta anunciaban la llegada del autobús, el que no se montaba o se alojaba en un hotel o pagaba un taxi para subir a Caracas, ya que ellos circulaban hasta cierta hora del día. No sé si habían duchas, cambiadores o algo parecido, no los recuerdo, solamente me llega la imagen de mi madre vaciándome una vasija con agua del mar encima para quitarme la arena, acto seguido secarme, vestirme y coger las cosas para tomar el autobús. Al llegar al apartamento, cansado, caliente por el tiempo de exposición al sol y con sueño fui obligado a meterme en la ducha, la cual, a pesar de que me dijeron que estaba con agua caliente, yo la sentía helada y la gran sorpresa fue quitarme el traje de baño, nunca imagine que en su interior pudiera caber tanta cantidad de arena, al menos un kilo de arena deje en el piso de la ducha.

Hoy en día las cosas han cambiado mucho, muchos van a su apartamento o casa de playa, otros pagan un hotel y los más sencillos van con aire acondicionado en sus carros particulares, hay una generación que no sabe lo que es “bajar en autobús para la playa”. Aún observo algunos colectivos cuando paso frente a las playas y siempre me llega el recuerdo de aquellos días felices con mi madre y los vecinos.

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